UNA VIDA EMBERA EN BOGOTÁ

Publicado:
13
Ago
2014
Escucha la noticia

Cerca de 700 víctimas del conflicto armado colombiano, pertenecientes a grupos étnicos, son cobijadas con educación diferencial en colegios oficiales de Bogotá. Historia de las niñas y niños embera desplazados por la violencia que viven su cultura y el aprendizaje en las escuelas del Distrito. 

Mariluz Chamapuro es una niña de 11 años de edad a quién la memoria le oculta constantemente sus primeros seis años de vida. Aún le parecen inverosímiles las historias de María Alicia Sabú Sabai Garamá, su madre, cuando le cuenta que desde muy temprano corría descalza por los sembrados de maíz y plátano en Deté: el municipio del Atrato Medio colombiano que la vio nacer en cuna de emberas dobidá. 
 
Siente como si fuera mentira cuando su madre le confiesa que, a los 2 años, ya balbuceaba palabras de esta lengua indígena, y jugaba burco con los otros niños. También que la familia chocoana con la que creció en Tutunendo, Chocó, no fue la primera que tuvo, ni a la que realmente pertenece. 
 
Transcurría el año 2008 en Deté, cuando María Alicia, una indígena embera de 45 años, se la tuvo que entregar con dolor a una mujer chocoana porque los problemas de alcohol de su marido y la falta de apoyo, le impedían vestir y alimentar a Mariluz y a sus otros ocho hijos al mismo tiempo. 
 
Con Mariluz lejos de casa pasaron más de dos años. Pero como si no fuera suficiente, en 2010 la distancia entre madre e hija se hizo más grande. 
 
Debido a amenazas de la guerrilla contra la comunidad indígena en esa zona del país, María Alicia tuvo que salir de la finca que compartía junto a más de 900 emberas chamí, katío y dobidá, para buscar un nuevo rumbo que garantizara la tranquilidad y la calma con la que habían vivido durante toda su vida. 
 
Según la Agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, entre 1997 y 2011 106.562 indígenas fueron desplazados en Colombia. 
 
A un alojamiento en la localidad Los Mártires, en el centro de Bogotá, llegaron según el Registro Único de Población Desplazada (RUDP), más de 1000 indígenas entre los que se encontraba Alicia, con el objetivo de tener de vuelta la tranquilidad que habían perdido en los departamentos de Chocó y Risaralda durante el 2011. 
 
Pero la calma nunca llegó al corazón de María Alicia. Por el contrario, sintió una fuerte corazonada por su hija Mariluz, a quien había dejado hace más de dos años en el Chocó. Por eso vendió collares y manillas en la Plaza España, en el centro de la capital, y reunió dinero para viajar de vuelta al Chocó. 
 
A su llegada a Tutunendo confirmó el presentimiento que la hizo regresar, pues su hija, Mariluz estaba siendo duramente maltratada por la familia a la que se la había regalado en 2008. “Cuando nos volvimos a encontrar ella me dijo que le estaban pegando mucho. Yo me la llevé y la traje a Bogotá”, cuenta María Alicia.   
 
Pero ese no fue el único hallazgo que hizo. Mientras su hija le hablaba sobre su vida en el Chocó  se dio cuenta que ya no usaba más el idioma embera y entonces supo que lo había olvidado por completo. “La niña ya no habla más el idioma de los emberas, ahora habla español”, confiesa apesadumbrada. 

Bogotá: una ciudad donde se puede ser embera

A pocos minutos de empezar la jornada, la algarabía y el desorden en los patios del colegio distrital Liceo Agustín Nieto Caballero, rompen con el silencio y el frío de la mañana. Los estudiantes embera acaban de llegar a esta institución, ubicada en Los Mártires, para un nuevo día de clases.
 
Las niñas y niños pertenecientes a grupos étnicos que han sido víctimas del conflicto armado (indígenas y afro descendientes), son cobijados con educación diferencial en colegios oficiales de Bogotá. Aunque las cifras de la Secretaría de Educación del Distrito varían diariamente, se estima que son más de 500 los estudiantes pertenecientes a grupos étnicos víctimas del conflicto que son atendidos en las aulas del Distrito. 
 
María Alicia, quien matriculó a Mariluz tan pronto llegó a la ciudad, se despide de su hija. Ella  quiere que, a diferencia suya, aprenda a leer y escribir en un colegio. Pero también que junto a sus compañeros indígenas recuerde parte de la lengua y las costumbres que olvidó cuando vivía en el Chocó. 
 
Dentro del salón pocas veces hay silencio. La mayoría del tiempo se escuchan voces que se mezclan con los diferentes acentos del español, el katío, el chamí y el dobidá y, por supuesto, el de la profesora Nelly Mosquera, una mujer afrodescendiente, de rasgos gruesos y sonrisa prominente que se dispone a iniciar la jornada. Ésta no es una clase cualquiera. 
 
“Sabemos que fuimos desplazados, y que somos minoría en Colombia, pero que tenemos derechos y somos capaces de aprender”, dice Nelly  mientras prepara un mapa de Colombia con animales de las diferentes regiones y grupos étnicos presentes en la actualidad.
 
 
Los argumentos de la clase de Nelly se confirman en el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica ‘¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad’, en el que la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), aseguró que 32 de los 102 pueblos indígenas que existen en Colombia, cuentan con tan solo 500 personas, debido a las consecuencias de fenómenos como el desplazamiento.  
 
Sin embargo, la misión de ésta y otros 10 docentes, junto con el rector y la coordinadora de la institución, así como la de miembros de la comunidad indígena, es el de preservar y rescatar la riqueza cultural embera. “Junto con los líderes de la comunidad hemos trabajado lo que aprenden en ciencias naturales, los significados del territorio, el alimento, la música, el arte y el deporte”, afirma Nelly. 
 
El enfoque diferencial de la educación que reciben estos niños allí, recogen los precedentes legales y constitucionales sobre educación intercultural y étnica, tales como los artículos 68 y 70 de la Constitución o el artículo 55 de la Ley 115 de 1994, entre otros, pero también en la garantía de que la clase de la profesora Nelly Mosquera, es diseñada para adaptarse al estudiante y no al contrario, pues de otra forma está en riesgo la Ley de Origen que indígenas como Aureliano Arce, temen perder algún día.  
 
Desde septiembre de 2013 el colegio cuenta con dos apoyos culturales embera, contratados por la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones de la Secretaría de Educación del Distrito, que apoyan las aulas y el trabajo de las docentes que trabajan con esta comunidad. Su tarea es ayudar a acercar las culturas indígenas y la mestiza, ayudar a los docentes a diseñar actividades con enfoque diferencial que fortalezcan la cultura propia, y ayudar en la interpretación de la lengua. 
 
“Muchos han perdido su lengua dialéctica, su tierra y las prácticas culturales… es una ciudad muy difícil y muy grande”, dice Aureliano sobre la realidad que atraviesan los emberas en la actualidad. 
 
El informe del Centro Nacional de Memoria Histórica habla de las consecuencias que el desplazamiento trae a las comunidades indígenas y asegura que se trata de “grandes modificaciones para la transmisión de saberes, el ordenamiento social y espiritual”. Por eso la profesora Nelly busca que el salón de clases sea el espacio donde se recuerda la importancia de ser indígena y se aprende a defender lo propio. 
 
Un dibujo de Jeisson Arce en el que aparecen las chozas que formaban la comunidad del Alto Andágueda en el Municipio de Bagadó, Chocó, le traen un vago recuerdo a Mariluz sobre su vida y sus orígenes como indígena. Un recuerdo que con educación diferencial se hará cada vez más fuerte y que con el tiempo hará más familiar su idioma y su identidad como embera. 
 
“Los indígenas son los mismos y ella está aprendiendo con ellos. Me parece bien, aquí se les enseña quiénes son, aquí se les enseña a respetar”, concluye María Alicia. 
 
Por David Esteban Pineda
Fotos Julio Barrera