EL LENGUAJE DEL SILENCIO

Publicado:
13
Ago
2014
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Las manos también hablan. En el Día del Idioma, presentamos esta historia del colegio Federico García Lorca donde, además de las niñas, niños y jóvenes sordos, los padres de familia también aprenden el lenguaje de las señas, del silencio. Allí ser sordo no es una discapacidad sino una forma diferente de percibir la vida.

A las 6:30 de la mañana, en uno de los salones del colegio Federico García Lorca, inicia una clase que le enseña a los adultos a hablar con el alma. Se trata del curso de lenguaje de señas para cerca de 30 padres de familia de niñas, niños y jóvenes sordos que estudian en esta institución de la localidad de Usme y que le apuesta a la educación incluyente.
 
Como todos los viernes, Sandra Tafur se ubica en una de las esquinas del aula y toma atenta nota de lo que sucede. Hoy están aprendiendo a decir ‘perdón’ y el profesor Mauricio Galindo, sordo de nacimiento, explica la seña deslizando los dedos de la mano derecha sobre la palma de la izquierda. 
 
Todos repiten el movimiento y dicen en voz alta ‘perdón’ mientras Mauricio sonríe y levanta sus pulgares para hacerle saber a sus pupilos que lo están haciendo bien. 
 
Sandra es una de las estudiantes más aventajadas. Sin embargo, confiesa que no siempre fue así. “Yo no sabía casi nada del lenguaje de señas y empecé a aprender hace tres años cuando mi hija, que es sorda, llegó a este colegio. Desde entonces las dos hemos aprendido mucho”, comenta esta mujer que anota en una pequeña hoja todo lo que le van explicando.
 
Mientras tanto, en el otro extremo del salón, Myriam Salgado se ve un poco confundida, pero mira detenidamente al profesor para tratar de aprender palabras nuevas con sus manos.
 
Es su segunda clase y decidió asistir por su sobrino, “paso mucho tiempo con él y no me gusta sentir que no puedo hablarle porque trata de decirnos cosas y no entiendo”, dice Myriam.
 
Nancy Huertas, fonoaudióloga y docente del proyecto ‘Mis Manos Mi Voz’, que desde hace 15 años recibe a niñas, niños y jóvenes con esta discapacidad en el Federico García Lorca, explica que la historia de Sandra y Myriam es repetitiva.
 
“En muchos casos, ni los niños sordos, ni sus padres conocen el lenguaje de señas y muchos adultos ven a su hijo como un ‘pobrecito’ que no puede hacer nada, y eso es lo que tratamos de cambiar aquí”, comenta la profesora, que señala con orgullo que el plantel actualmente estudian 60 menores sordos.
 
 
 
El Federico García Lorca es uno de los 9 colegios del Distrito que actualmente atienden en aulas regulares a estudiantes con esta discapacidad, siendo aproximadamente 700 personas sordas, las que hoy por hoy acceden a una educación de calidad que les ha permitido mejorar su futuro.
 
“En el 2012 graduamos a los primeros chicos sordos en el colegio y es gratificante saber que muchos siguieron en la universidad o en el Sena”, señala Huertas. “Todos están trabajando y se siente saber que se les pudo dar las herramientas que necesitaban para continuar con su proyecto de vida”.
 
Para lograr que la educación de estos menores sea integral, ‘Mis Manos Mi Voz’ maneja aulas exclusivas para personas sordas durante toda la primaria. Esto, con el fin de que las niñas y los niños aprendan el lenguaje de señas para que cuando lleguen al bachillerato, ya estén en capacidad de integrarse a aulas regulares donde cuentan con intérpretes que les ‘traducen’ lo que el profesor dice.
 
Este colegio cuenta con 6 intérpretes que están en las aulas donde hay estudiantes sordos que reciben clase en igualdad de condiciones. De acuerdo con Huertas, este proceso le ha enseñado a la comunidad educativa a cambiar la forma de ver a las personas en condición de discapacidad.
 
Los profesores de este lugar en Usme entienden que a un estudiante sordo se le puede exigir porque está en la capacidad de comprender, de aprender. Los estudiantes de este lugar en Usme entienden que sus compañeros sordos no son ‘bichos raros’ sino personas que, como ellos, tienen cualidades, defectos, miedos y sueños.
 
Por eso en una hora de descanso, es normal ver jugar en un mismo sitio a sordos y oyentes, es normal ver profesores sordos a quienes oyentes y no oyentes saludan con cariño. Aquí es normal lo que la intolerancia se ha encargado de excluir.

Cambiando el ‘chip’

Para Nancy y los profesionales que hacen parte de este proyecto no hay nada más gratificante que ver la evolución, no sólo de las niñas y niños que llegan al colegio, sino también de los padres y madres a los que, literalmente, les cambia la forma de ver la vida.
 
“La principal forma de potencializar la educación de los muchachos es que los padres crean en sus hijos y para eso no sólo se necesita que los niños aprendan el lenguaje de señas, sino también los padres”, segura Huertas.
 
Para la comunidad educativa del colegio Federico García Lorca, el secreto de integrar con éxito en aulas regulares a menores en condición de discapacidad, se encuentra en cambiar el ‘chip’, en pararse en el potencial de las personas, no en sus debilidades ni mucho menos en sus limitaciones físicas.
 
Y para demostrar que esto no se trata de retórica o buenas intenciones, ‘Mis Manos, Mi Voz’, cuenta con adultos sordos que se encargan de enseñarle a oyentes y no oyentes el lenguaje de señas.
 
“Es un mito pensar que las personas sordas no pueden enfrentar al mundo de igual manera que los oyentes –comenta Nancy-. Ellos tienen todo para llegar a ser, inclusive, mejor que nosotros que tenemos supuestamente todos nuestros sentidos activos”.
 
Lo mismo opina Sandra, pues no sólo ha visto la evolución en su hija, sino también ha aprendido mucho de los profesionales Mauricio Galindo y Leidy Flórez.
 
 
Puede que ellos no puedan hablar, pero son personas normales, sólo que perciben el mundo de una manera diferente”, dice Sandra en voz baja, pues la clase no se ha acabado y Mauricio y Leidy explican con gestos y una pequeña dramatización, la forma correcta de ‘pronunciar’ las palabras en lenguaje de señas.
 
Es que la ‘entonación’ está en el cuerpo y por eso la ‘tarea’ de la próxima la clase es organizar grupos para montar una obra de teatro. “Tienen que soltarse, ser expresivos con el rostro y comunicarse con el cuerpo”, dice Mauricio con sus manos y la intérprete lo traduce con su voz. 
A las 8:30 de la mañana la clase llega a su final, todos firman asistencia, Sandra guarda su hoja y Myriam repite en voz baja lo aprendido tratando de meterlo en su memoria.
 
Los padres se despiden en lenguaje de señas de Mauricio y Leidy y en el ambiente queda la sensación de que el silencio se puede convertir en sonido.
 
 
Por Paula A. Fuentes
Fotos Julio Barrera