GITANOS EN BOGOTÁ: NIÑAS Y NIÑOS QUE SE EDUCAN SIN PERDER SU IDENTIDAD

Publicado:
13
Ago
2014
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El 8 de abril se conmemora el Día Internacional del Pueblo Gitano. La fecha perfecta para contar una historia sobre una cultura que se expandió por Colombia al igual que lo hizo por todo el mundo. En Bogotá, sus niñas y niños estudian, mientras sus madres se dedican al hogar y sus padres a los negocios. Así vive una comunidad que se autodenomina “orgullosamente bogotana y colombiana”.

Sentado en un sillón de su casa, ubicada en el barrio Marsella de Bogotá, Emilio Gómez recuerda los años en los que él y su familia conservaban la forma de vida de sus antepasados: un grupo de gitanos que migraron de Francia a Colombia huyendo de guerras que no les pertenecían. 
 
La nostalgia se revela en su voz gruesa pero entrecortada, al escarbar en su memoria las imágenes de esos años en los que vivían en carpas y recorrían los pueblos en busca de buenos negocios y ofreciendo sus oficios ancestrales a la gente que los acogía. 
“Comprábamos y vendíamos caballos y hacíamos las pailas de las fincas paneleras gracias a nuestra habilidad para trabajar el cobre y otros metales”, cuenta Emilio, de 76 años, quien logró transmitir a sus descendientes los usos y costumbres de su linaje Bolochoc, uno de los grupos de gitanos que actualmente se encuentran asentados en varios sectores de Bogotá, en lo que su cultura denomina kumpanias.  
 
El año pasado, Emilio compartió este mismo recuerdo a las y los estudiantes del colegio en convenio con el Distrito Jean Piaget, la institución educativa que desde 2006 educa a las niñas y niños de su comunidad. En esa ocasión, este hombre que a pesar de los años conserva una gruesa contextura física, dejó a su inexperto público una reflexión acerca de la unidad familiar y el amor. 
 
Les contó que para él, la vida en las carpas era un lujo porque todos se preocupaban por el bienestar de cada integrante. “Si habían 15 carpas, eran 15 platos que se ponían en una mesa grande para que toda la kumpania compartiera”, les explicó el patriarca. También les dijo, tanto a gitanos como a no gitanos, que lo llamaran papo que en lengua romanés significa abuelo, y que conservaran valores como la generosidad y la amistad, para que no se pierdan con los años. 
 
Esperanza Diago, rectora del colegio Jean Piaget, recuerda que esa fue una de las experiencias por la que se sembró en sus estudiantes una curiosidad insaciable por la cultura gitana o Rrom. Niñas y niños no dudaron en llamarlo papo y le hicieron preguntas sobre la gastronomía, los bailes y otros aspectos de la cultura de su pueblo.

Inclusión educativa de un pueblo milenario

De acuerdo con cifras de la Secretaría de Educación del Distrito (SED), en 2013 se registraron 28 estudiantes de la comunidad Rrom, que obtuvieron su cupo escolar en colegios distritales o en convenio. A estos se suman 10 más a quienes la SED otorgó un cupo en los últimos días, por lo que iniciarán sus estudios en el colegio Jean Piaget.
 
 
Esta institución educativa es la que mayor número de estudiantes gitanos atiende, respondiendo así a la petición de la comunidad gitana de sus alrededores para tener a sus hijos estudiando juntos y muy cerca de su comunidad.  Al respecto, líderesas como Luz Stella Moreno, señalan que el pueblo gitano protege en extremo a sus niños y niñas, por lo que, en el caso de la comunidad Rrom de Marsella y otros barrios aledaños, no les es posible aceptar un cupo escolar en un colegio que quede lejos de la kumpania.
 
“Antes no se permitía que niñas y niños estudiaran por la condición itinerante del pueblo gitano (…) como ahora la comunidad está establecida por todo el país en kumpanias, los ancianos permitieron que los menores estudien bajo la condición de estar unidos y cerca de sus familias”, explica Moreno, quien actualmente es representante legal de la Unión Romaní de Colombia, una de las organizaciones gitanas con sede en Bogotá. 
 
Stella complementa que “se trata de una cultura sobreprotectora de sus hijos, cuyas madres no permiten, en muchos casos, que otras personas respondan por su cuidado”. La representante de los gitanos cuenta que algunas madres dejan a sus hijos en el colegio y esperan afuera hasta las horas de descanso y salida de sus niñas  y niños.
 
Es por ello que, dentro de la visión de una ciudad incluyente a la que le ha apostado la Administración Distrital, en los colegios se ha adelantado un proceso de adaptación a las necesidades educativas de los diversos grupos étnicos que habitan en Bogotá.
 
De acuerdo con Claudia Taboada, profesional de la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones de la SED, “a través del proyecto de Enfoques Diferenciales, se desarrollan prácticas pedagógicas flexibles que garantizan procesos educativos diferenciales”. 
 
En este marco, la funcionaria expone que se han implementado acciones que promueven y garantizan procesos de educación intercultural que tienen en cuenta las particularidades de la diversidad ética del país, en la que se incluye el pueblo Rrom. 
 
Taboada resalta que, durante 2013, la Dirección de Inclusión de a través del proyecto de Enfoques Diferenciales
 
Este año se adelante un proceso de apoyo en 32 instituciones educativas que ofrecen su servicio a estudiantes pertenecientes a grupos éticos, con el fin de contribuir a su fortalecimiento identitario, a través de diversas estrategias, entre ellas, la cualificación de docentes sobre educación intercultural y fortalecimiento de propuestas pedagógicas y proyectos de aula; la elaboración participativa de material pedagógico intercultural y el intercambio de experiencias de educación intercultural.
 
La rectora del Jean Piaget, Esperanza Diago, asegura que no ha sido fácil, pero su institución se ha adaptado gradualmente a las necesidades de la comunidad gitana. Según su experiencia, conocer la cultura a través de sus estudiantes le ha permitido entender, entre otras cosas, el papel de las madres de familia en la vida cotidiana de los gitanos. 
 
Con el apoyo del cuerpo docente, la rectora Diago otorga cierta flexibilidad en temas como los horarios y la asistencia de las y los estudiantes gitanos. “Normalmente, si un niño falta más de tres días hay que reportarlo, pero ya sabemos que si son gitanos hay situaciones culturales en las que no podemos entrometernos”, explica la rectora y añade que ha sido un ejercicio de reciprocidad pues las mamás han aprendido que hay ciertos protocolos, como traer una excusa para informar sobre la ausencia del estudiante.
 
Es el caso de Silvia Gómez, madre de Bárbara, una niña que está en 1° de primaria, a quien le fue difícil adaptarse a la dinámica escolar. Silvia es una madre sobreprotectora, quien cree que el cuidado de su hija es su responsabilidad exclusiva.
 
La rectora Esperanza siguió atentamente el caso de Bárbara y al ver que estaba a punto de perder el cupo por fallas, le ofreció un trato a su mamá: “la persuadí para que hablara conmigo y le ofrecí que podía venir a traerle las onces a la niña y compartir con ella en las horas de descanso”, cuenta la directora.
 
Para Silvia fue de gran ayuda tener el apoyo de las directivas del colegio pues afirma que es difícil despegarse de su hija durante tantas horas al día. “La rectora me autorizó para llevarle el desayuno, las onces y quedarme con ella unos minutos en el primer descanso”, relata Silvia, cuya vocación maternal la lleva a buscar los espacios para estar cerca de su hija el mayor tiempo posible.

Una cultura que todas y todos quieren conocer

La comunidad gitana ha realizado exposiciones y actividades en las que se lleva una muestra de su cultura en varias ocasiones. Estudiantes y profesores se han maravillado con las historias de los mayores y con las muestras culturales que organizan las niñas y niños gitanos. 
 
Michelle Gómez, una estudiante gitana que cursa grado 8º, cuenta que los bailes han despertado gran simpatía entre sus demás compañeras.  Ella, como fiel exponente de su cultura, explica que la danza es un elemento que está presente en todos los eventos tradicionales del pueblo gitano. 
 
Michelle y Angélica Churón, una joven gitana que este año finaliza su educación media, son las encargadas de organizar las presentaciones de danza que se realizan en el colegio. Según ellas, todos los eventos culturales tienen mínimo un punto organizado por los gitanos. 
 
En los bailes, ambientados por una música en la que predominan las guitarras y los instrumentos de cuerda, se revela la belleza de las mujeres, quienes visten trajes de seda de colores vistosos y accesorios brillantes. 
 
Melba Real, profesora de la danza romanés que ha transmitido sus conocimientos a Michelle Angélica y otras niñas de la kumpania, explica que la danza desempeña varias funciones sociales, entre ellas, amenizar los pachiuvs o atendimientos que se ofrecen en honor a los gitanos que vienen de visita.
 
A su vez, no puede faltar en las fiestas para contraer nupcias. “La fiestas más importantes son la pedida de mano o manglimós y el abiau o matrimonio”, explica Melba, quien complementa que en estas fiestas participa toda la comunidad residente en la ciudad de la novia, lugar en donde se realiza la ceremonia.
 
Mientras sus nietas bailan, Cedra Gómez, una mujer de 65 años, habla con las madres de la comunidad sobre las situaciones de la vida cotidiana. Al igual que en los hogares, en especial los conformados por hombre y mujer gitanos, estas conversaciones se realizan exclusivamente en romanés o romaní, la lengua que los gitanos han conservado por siglos.

El idioma, un elemento de preservación cultural

Cedra Gómez asumió la labor de enseñar romanés a los integrantes de la comunidad que aún no hablan la lengua. Ella reconoce que la interacción de su gente con no gitanos los obliga a utilizar la mayor parte del tiempo el español. 
 
Explica que la lengua materna es el romanés por lo que, un año antes de entrar al colegio, se hace énfasis en el español para que los niños se puedan comunicar y aprender en el colegio, sin desplazar la lengua de su pueblo.
 
Las madres son las gestoras culturales por naturaleza, de allí  que las familias conformadas por los dos padres gitanos posean y practiquen esta lengua, caso que no siempre ocurre con las familias cuyas madres no son gitanas. 
 
Durante los diálogos en romanés se ha detectado la inclusión de palabras en español, por lo que se torna de gran importancia el trabajo de personas que, como Cedra, rescatan las palabras que entran en desuso como medida de fortalecimiento lingüístico para las personas de la kumpania. 
 
Cedra enseña romanés a grandes y chicos una vez por semana en la casa de uno de sus hijos. “Primero les enseño alrededor de 100 palabras que corresponden al nombre de objetos de la vida diaria y, con base en eso, empezamos a construir oraciones y a componer”, explica Cedra. 
 
Su experiencia en la enseñanza le permitió determinar que las niñas y niños que tienen deficiencias en el romanés pero que han ido desde pequeños al colegio y saben leer y escribir el español, aprenden más rápido su lengua materna, que quienes no han pasado por un proceso educativo tradicional. 

 
 
 
“Aprender romanés depende de estudiarlo y practicarlo y cuando los niños han ido al colegio, ya tienen el hábito de repasar”, asegura Cedra, quien además añade que el romanés es un idioma universal que se ha logrado preservar gracias a una medida de protección básica que consiste en estar siempre unidos y vivir en comunidad para practicar y extender su herencia cultural.
 
No es raro que en los patios o salones del colegio se escuche el romanés. Poco a poco, se han afinado las estrategias para que niños y niñas de la comunidad gitana se eduquen sin perder los usos y costumbres de su pueblo. La rectora Esperanza Diago y la representante de esa comunidad, Stella Moreno, aseguran que el colegio se ha convertido en una parte esencial de esta cultura. 
 
“Es tan importante el proceso que se está viviendo en estas aulas que, por ejemplo, hace pocos años, debido  a la crisis económica que se vivió en Estados Unidos, una familia gitana con padres colombianos se vio forzada a regresar a su patria en busca de estabilidad, por lo cual su hijo estudió unos meses en el colegio” relata Moreno, quien recuerda esa como una de las anécdotas más curiosas pues la manera en que el niño norteamericano entendió a sus profesores fue a través de sus semejantes colombianos, quienes le traducían las clases del español al romanés.
 

Por David Amaya Alfonso

Fotos Julio Barrera