CLASES QUE SANAN

Publicado:
13
Ago
2014
Escucha la noticia

Ni uno menos. Ésa es la consigna de los maestros de Bogotá quienes, gracias a la ‘pedagogía del amor’, hacen posible que cientos de niñas, niños y jóvenes hospitalizados reciban clases en 17 centros médicos de la ciudad. Una historia con mucho corazón. 

Son las 2 de la tarde y la profesora Diana Patricia Lemus se dispone a dictar su clase. Como todos los días, revisa la lista de sus estudiantes y se dirige a su  aula. Es la habitación 221 del Hospital de Engativá y allí está Estefanía, de 4 años, quien la espera ansiosa. 
 
“¡Tarea!”, dice entusiasmada la pequeña al ver en el umbral de la puerta a Diana. 
 
Aunque corre a su encuentro, no la alcanza. Su pequeño cuerpo está conectado a una bala de oxígeno que le ayuda a lidiar su afección respiratoria. Desde hace dos semanas está internada en este centro médico, y el único momento del día en el que puede ser una niña sin preocupaciones, es cuando la profe Diana entra a su habitación a dictarle clase. 
 
De esto se trata ‘Aulas Hospitalarias’, un programa de educación incluyente que, desde hace poco más de 3 años, permite que menores como Estefanía continúen con su vida escolar pese a sus problemas de salud y les ofrece un espacio para seguir creyendo en sus sueños a pesar de sus excepcionales circunstancias.
 
Rafael Pombo y ‘Simón el Bobito’, son los encargados de entretener a Estefanía, quien tras escuchar detenidamente la lectura de la profesora Diana, se dispone a dibujar el personaje que más le gustó del cuento.
 
La pequeña decide dibujar al gato porque, según ella, “es gordito y se parece a la abuela”. La maestra le da una hoja blanca y unos cuantos colores para que empiece su obra de arte, mientras que María Serrano, su mamá, aprovecha para recostarse en la cama.
 
“No he dormido bien porque me levanto al amanecer para hacerle nebulizaciones a la niña, por eso cuando viene la profe aprovecho para descansar un poco”, comenta la mujer que ese día dormirá en casa, pues el peligro ha pasado y Estefanía puede regresar esa noche con su familia. 
 
No es la misma suerte que tiene Laura Sofía, una niña de 7 años que padece de una delicada infección renal que la mantendrá, por lo menos, 2 semanas más en aquel aséptico lugar de paredes, techo y piso blanco.
 
“Nosotros trabajamos con todos los chicos que están hospitalizados sin importar el tiempo en que estén aquí –señala Diana-. Pueden ser días, semanas o meses, no importa, lo que al proyecto le interesa es que ninguno deserte de la escuela”.
 
Como Laura Sofía puede salir de su cuarto, Diana la lleva a un ala del pabellón de pediatría dedicado al esparcimiento de pacientes y visitantes. Un tapete verde con sillas de colores y alguno que otro juego, decoran el espacio donde se encuentra Paola Manotas y Javier Sandoval, los otros profesores del programa.
 
Laura se sienta a dibujar, mientras que Diana habla con su equipo sobre las labores del día. Hay varios neonatales, y por eso Paola prepara actividades para las madres. “La mayoría son adolescentes, no superan los 16 años y se aburren mucho”, comenta la maestra y continúa recortando hojas de papel en donde se puede leer ‘¿Qué te gusta de ser madre?’.
 
Aunque la jornada es tranquila, Diana se dirige nuevamente al tablero principal de la sala de pediatría, donde los médicos anotan los pacientes que llegan durante el día, y busca inquieta a una jovencita.
 
Se trata de Ana, una adolescente víctima de abuso sexual que salió antes de tiempo del hospital. “Era la segunda vez que venía acá por una violación, por lo que el tema ya es delicado, me dijo que todavía no salía, pero ya no está”, comenta Diana un poco angustiada, pues es difícil separar el corazón de historias que desbordan. 

Aprendiendo en el camino

De lunes a viernes a las 12:30 del día, 61 maestras y maestros de la educación oficial de Bogotá, armados de conocimiento y mucho amor, se trasladan a 17 hospitales de la ciudad entre nacionales, privados y de la red del Distrito, para llevar del papel a la práctica el concepto de una educación sin exclusiones que se adapte a las necesidades de los y las estudiantes, y no al contrario.
 
‘Camuflados’ con uniformes utilizados por las personas que trabajan en el sector de la salud, los profes se dirigen hacia el área de pediatría, en donde el sonido de las máquinas que ayudan a mantener en orden lo que la naturaleza se negó a hacer, se mezcla con la risa, el llanto y la inocencia de pequeños a los que el dolor les llegó demasiado pronto a sus vidas. 
 
Tras revisar el número de pacientes hospitalizados, los docentes recorren los limpios corredores y de puerta en puerta, se van presentando a los familiares y menores.
 
“Buenas tardes mamita, mi nombre es Niny Quevedo, soy profesora del programa de Aulas Hospitalarias y vengo, si usted me lo permite, a trabajar con su hijo”, es la frase que la profe Niny utiliza para acercarse a los padres de familia que tienen internados a sus hijos en el Hospital Santa Clara. 
 
Aunque parezca sencillo, ir de habitación en habitación brindando pedagogía y esparcimiento para niñas, niños y jóvenes no es una tarea fácil. Primero se debe obtener la confianza y el respeto de las familias y los profesionales de la salud.
 
“Al principio los papitos, e incluso los niños, lo miraban a uno con cara de ¿usted qué hace aquí? Pero con el tiempo, cuando ven el trabajo y se dan cuenta de que a los niños se les mejora el estado de ánimo, lo reciben a uno con mucho entusiasmo”, señala Niny, docente de educación física que se las ingenió para llevar esta materia del patio de juegos a la habitación de un centro médico.
 
Como lo señala la coordinadora del proyecto en la Secretaría de Educación del Distrito, Mara Hinestroza, la pedagogía hospitalaria en Colombia es un tema reciente, por lo que no existe una educación formal en esta área para los docentes.
 
“En países como Chile, Argentina y España sí existe capacitación oficial en pedagogía hospitalaria. En Colombia, la Universidad Monserrate se encuentra adelantando ese proceso, pero por ahora aplicamos los programas de la SED y los vamos ajustando a las Aulas Hospitalarias y a las necesidades de los niños”, explica Hinestroza.
 
En ese orden de ideas, casi todo lo realizado en las aulas se ha ido aprendiendo en el camino, y el terreno obtenido hasta hoy se debe en gran parte al trabajo de esas profesoras y profesores que día a día trabajan en los hospitales.

 

Capacitándose para no sentir

En estos poco más de 3 años que lleva el programa son muchas las historias que han quedado en el corazón de las personas que pertenecen a Aulas Hospitalarias, y que a la fecha ya ha atendido a 13.777 mil niñas, niños y jóvenes desde preescolar hasta grado 11º.
 
“Creo que todos tratamos de no involucrarnos más de la cuenta con nuestros estudiantes, pero es imposible capacitarse para no sentir”, dice Diana.  
 
Cuando se llega a alguno de los pasillos de hospitales como Meiseen, Engativá, Simón Bolívar, Santa Clara, Tunal, Instituto Cancerológico, Fundación Cardioinfantil, entre otros, es fácil entender las palabras y el sentimiento que embarga a la profe Diana, pues allí, la realidad de la muerte susurra suavemente al oído.
 
Cada habitación que los docentes del programa visitan tiene una historia que contar. Para ellos, lo importante no es la enfermedad sino los gustos, intereses y sueños de cada uno de esas niñas y niños que por sus problemas de salud vieron reducida su vida a exámenes y tratamientos médicos.
 
“Nosotros llegamos al medio día porque por la mañana casi todos los pequeños están con los médicos y sus tratamientos, pero por la tarde no tienen nada qué hacer, y ahí es que entramos nosotros”, explica Diana.
 
Esto lo corrobora Niny que camina por el Santa Clara todas las tardes con juegos y figuras para colorear.
 
Uno de sus estudiantes más queridos es Jhonny, un chico que ya completa más de un mes hospitalizado esperando un donante de riñón. 
 
“El otro día me dio una paliza con un ejercicio de lógica matemática, es muy pilo”, dice Niny que no tiene problema en preguntarle a sus estudiantes lo que no sabe.
 
“Ellos me explican, por ejemplo, qué hace el aparato que tienen conectado y si no lo saben pues los pongo a averiguar con los doctores y así todos aprendemos”, explica Niny. 
 
Por otro lado, su compañera de trabajo, la profesora Janeth Rodríguez, es un poco más sensible. Quizá porque a diferencia de Niny, le ha tocado afrontar la muerte de algunos de sus estudiantes.
 
“Esa semana no había ido al hospital, y cuando llegué supe que uno de mis alumnos había muerto. Quedé desvastada, fue uno de los cumpleaños más tristes de mi vida”, dice Janeth con la voz entrecortada mientras continúa recordando que, como la familia del pequeño era tan pobre para pagar un ataúd, ella llamó a su padre que es carpintero, y con la madera de una mesa improvisaron un sencillo féretro para llevar al niño a su última morada.
 
A esa ‘vida de hospital’, es a la que estas mujeres y hombres se han tenido que adaptar, usando su intuición y su calor humano para hacer de la pedagogía un acto de amor.

Una pedagogía del amor

Con tantas horas compartiendo el mismo espacio, es sencillo familiarizarse con todas las personas que se encuentran en un centro médico, y no se trata solamente de lo familiares y estudiantes, también están los profesionales de la salud que han abierto las puertas de sus hospitales a este proyecto con el único objetivo de mejorar la calidad de sus pequeños pacientes.
 
Jaime Aurelio Céspedes, director del Hospital Pediátrico de la Fundación Cardioinfantil, ha sido un gran pilar en la consolidación de las Aulas Hospitalarias, no solo porque en su institución fue donde se desarrolló el piloto del proyecto, sino porque es un convencido de que el programa sí tiene buenos resultados. 
 
“Como médicos no podemos desconocer que el paciente tiene un núcleo familiar y tiene una vida escolar. Esos principios es lo que nosotros, desde el sector salud, debemos reconocer y validar como algo tan importante como la misma enfermedad”, señaló Céspedes en el I Congreso Internacional de Pedagogía Hospitalaria que se llevó a cabo en Colombia el pasado mes de febrero.
 
Pero como él mismo aseguró, para convencer al sector de la salud del impacto positivo de las Aulas Hospitalarias, no basta sólo con anécdotas y sentimiento: también se necesita de un respaldo científico.
 
“Estamos adelantando una investigación para demostrar los buenos resultados que las aulas hospitalarias han tenido en pacientes agudos y crónicos –señala Céspedes-. Con ese respaldo científico podremos hablar de números: menos días de estancia en la clínica, menos costos, etc.”.
 
Conforme se adelantan estas iniciativas, cada vez son más las clínicas y hospitales que se suman al proyecto de aulas hospitalarias.
 
“Este año pasamos de 9 a 17 hospitales y estamos hablando con 3 más para así alcanzar nuestra meta de 2014 de tener 20 aulas hospitalarias en la ciudad”, señaló Mara Hinestroza.
 
Es difícil sintetizar en unas cuantas líneas, la huella que en este poco tiempo el programa de Aulas Hospitalarias ha dejado en cada uno de sus beneficiarios, pues no se trata de dictar clase en una cama de hospital: se trata de aclarar un poco un panorama que para muchos es gris y triste.
 
“Creo que este programa demuestra que en las dificultades también es posible aprender”, concluye Diana mientras guarda los dibujos de Estefanía y Laura Sofía en una gran carpeta llena de muchas más ‘obras de arte’.
 
A muchos de sus autores Diana no los volvió a ver. Sin embargo, tiene la certeza de que en las horas, días o meses que compartió con ellos, aquellas niñas y niños recuperaron un poco de la infancia que la enfermedad les arrebató antes de tiempo.